Da igual la guerra de cifras: si fueron un millón y medio o "solo"
600.000 personas. La realidad es que ha sido una manifestación masiva,
la mayor en muchos años. La realidad es que el independentismo catalán tiene cada vez más respaldo en las encuestas;
que la idea es transversal y está calando –en mayor o en menor medida–
en casi todos los partidos catalanes. La realidad es que no hay motivo
alguno para pensar que esta tendencia vaya a ir a menos, especialmente
con la torpeza con la que se está gestionando esta marea desde La
Moncloa. La realidad es que existe en Madrid, en sus medios y en su
clase política, un discurso de odio anticatalán que ha fabricado
independentistas a carretadas. La realidad es que desde Aznar a Rajoy
–pasando por Zapatero y su decepcionante Estatut trasquilado– los
últimos gobiernos han aumentado esta fractura. La realidad es que
Cataluña tiene motivos objetivos para quejarse de su modelo de
financiación, y que en poco tiempo podemos encontrarnos con una mayoría
amplia entre los catalanes a favor de la independencia, especialmente si
no avanzamos hacia un verdadero Estado federal que supere el marco de
las autonomías descentralizando los ingresos y no solo los gastos.
En el caso de que el sentimiento independentista no solo no remita sino
que siga creciendo, ¿podrá mantenerse Cataluña dentro de España contra
el criterio de la mayoría de los catalanes? ¿Puede España permanecer
unida por la fuerza? Francamente, lo veo imposible. Por mucho que la
Constitución no contemple una vía legal de salida y el artículo 8 –en
uno de esos párrafos negros impuestos por el búnker franquista– cite
expresamente al ejército como garante de la integridad de la patria,
España solo puede sobrevivir con su actual frontera si existe una
voluntad común por permanecer juntos. A largo plazo, no hay otra fórmula
en democracia: de nada sirve blindar las leyes o los tanques.
No sé cuál sería el resultado de un hipotético referéndum de
autodeterminación en Cataluña, pero no encuentro razonamientos
democráticos para oponerme a ese debate. Es probable que una consulta como la de Quebec en Canadá
sea a la larga la única opción para superar completamente esta
situación, en un sentido o en otro. Tengo argumentos para defender una
España federal. Creo en ella.
Creo también que se mezcla el desgaste de
la crisis económica y sus duras consecuencias con esa idealizada arcadia
soberanista, que debería hacer bien algunas cuentas; creo que la
Generalitat de CiU, la que gobierna con el apoyo PP, ha encontrado en el
discurso soberanista una perfecta válvula de escape para la presión que
provocan sus recortes y su mala gestión de la crisis. Pero no veo cómo
argumentar contra el derecho a decidir de los catalanes. La patria, ese
romántico concepto, es siempre voluntaria, como el amor. No puede ser un
matrimonio a la fuerza.
Ignacio Escolar